Hace unos años, en la universidad, hubo una materia en particular que representó un gran desafío para mí. En ese momento, no estaba aplicando un estilo de aprendizaje adecuado para comprender los contenidos, lo que impactó negativamente en mi desempeño y eventualmente llevó a que no aprobara la materia. Esto me hizo darme cuenta de que no basta con estudiar muchas horas, sino que también es esencial identificar cómo aprendo mejor.
Al repetir la materia el semestre siguiente, la situación fue aún más difícil porque mis antiguos compañeros, con quienes había compartido el curso anteriormente, sí la aprobaron, y yo me encontré sola en un nuevo grupo, sin conocer a nadie. Aunque los proyectos se podían hacer en grupo o de forma individual, tomé la decisión de trabajar sola. En ese momento, no me sentía con la confianza de integrarme a un nuevo equipo, y preferí afrontar los retos por mi cuenta.
Uno de los proyectos fue especialmente complejo. Por más que estudiaba y repetía los pasos, no lograba avanzar ni obtener los resultados esperados. Fue una experiencia frustrante, pero a la vez muy reveladora. Después de varios intentos fallidos, decidí cambiar de enfoque. Apliqué tres actitudes clave que transformaron mi forma de enfrentar el problema:
Preguntar o buscar ayuda: Aunque al principio me resistía, finalmente me animé a consultar con el profesor y también revisé foros y recursos en línea. Descubrí que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino una herramienta fundamental para avanzar.
Reflexionar sobre lo que me está pasando y no solo sobre el problema: Me detuve a pensar cómo me sentía emocionalmente frente a la situación: frustrada, cansada y aislada. Reconocer esto me ayudó a ser más compasiva conmigo misma y a entender que no era un fallo personal, sino una oportunidad de aprendizaje.
Dividir o fragmentar la situación o el problema: Decidí descomponer el proyecto en partes más pequeñas, lo que me permitió enfocarme en una cosa a la vez. Esta estrategia me dio claridad y me permitió identificar con mayor facilidad qué áreas necesitaban más atención.
Finalmente, logré resolver el proyecto, aunque de una manera poco convencional. No seguí exactamente los métodos tradicionales, sino que encontré una solución alternativa que funcionó, gracias a la comprensión profunda que obtuve del problema al abordarlo desde distintas perspectivas.
Esta experiencia me enseñó mucho más que el contenido de la materia. Me ayudó a desarrollar habilidades personales como la resiliencia, la autonomía y la flexibilidad para cambiar de estrategia cuando algo no funciona.