La Teoría del Flujo de Mihaly Csikszentmihalyi me ha resonó profundamente (no la conocía anteriormente), porque describe perfectamente esos momentos en los que estoy completamente inmerso en lo que hago, disfrutando al máximo y perdiendo la noción del tiempo. Esto lo vivo tanto en la docencia como en mi práctica clínica, y, sinceramente, es uno de los motores que me mantiene apasionado por lo que hago.
En mi rol como docente, encuentro ese equilibrio entre desafío y habilidad cuando diseño clases y actividades que no solo enseñan, sino que también inspiran a mis estudiantes. Ajustar el contenido para que ellos se sientan motivados y desafiados, pero no abrumados, me permite entrar en ese estado de flujo. Además, ver cómo progresan y desarrollan su razonamiento crítico es una recompensa intrínseca que alimenta mi propio aprendizaje.
Por otro lado, en mi práctica veterinaria, especialmente en áreas como la oncología y medicina interna, ese estado de flujo aparece al enfrentar casos complejos. Los retos clínicos que requieren análisis profundo y decisiones medibles no solo me desafían, sino que también me permiten aplicar lo que sé, innovar y sentir que cada decisión tiene un impacto real en mis pacientes.
Incluso mis intereses en tecnología y bioinformática encajan perfectamente con esta teoría. Innovar, desarrollar herramientas y ver cómo estas benefician tanto en el aula como en la clínica, no solo me motiva, sino que también me demuestra que el proceso no es algo estático, sino un camino constante de crecimiento y creatividad.
Lo mejor de todo esto es que el flujo no es solo algo que vivo yo, sino algo que trato de inspirar en quienes me rodean. Diseñar experiencias significativas para mis estudiantes o motivar a los tutores para adoptar un enfoque más integral es mi manera de compartir esta experiencia.