Una situación que recuerdo claramente fue durante la preparación de una clase para mis estudiantes de veterinaria en un tema particularmente complejo y poco explorado en la formación tradicional: bioinformática aplicada al análisis clínico. Estaba entusiasmado con la idea de innovar y mostrar algo nuevo, pero el desafío me llevó rápidamente a la zona de estrés. ¿El motivo? Mi perfeccionismo. Quería que cada detalle fuera impecable y sentía que nunca estaba lo suficientemente listo, lo que me dejó atrapado en la ansiedad de no cumplir con mis propias expectativas.
¿Qué me dejó atrapado? • La presión autoimpuesta de ser innovador y perfecto al mismo tiempo. • La percepción de que el tiempo era insuficiente para desarrollar algo significativo. • El temor de no conectar con mis estudiantes al llevar un tema tan novedoso.
Tres actitudes que puedo aplicar la próxima vez para evitar repetir esto y pasar a la zona de Aprendizaje: 1. Aceptar el progreso como parte del proceso: Entender que no necesito tener todas las respuestas y que, a veces, explorar junto con los estudiantes puede ser aún más enriquecedor. 2. Dividir el desafío en pasos pequeños: Evitar abordar todo el proyecto de golpe y priorizar avances progresivos que me permitan medir el impacto y ajustarme a tiempo. 3. Buscar retroalimentación temprana: Compartir las ideas con colegas o incluso con algunos estudiantes antes de finalizar, para obtener puntos de vista frescos y construir sobre una base más sólida.
Estas lecciones me recuerdan que salir de la zona de estrés no significa evitar los desafíos, sino enfrentarlos con estrategias más conscientes. La próxima vez, abordaré cualquier dificultad con más empatía hacia mí mismo, porque en el aprendizaje, tanto docente como estudiante, la evolución es un viaje compartido.