Explorar la Teoría del Flujo me hizo reflexionar sobre cómo aprendo y trabajo. Me he dado cuenta de que cuando realmente estoy conectado con lo que hago —como en este curso de Alura— el tiempo pasa volando y mi mente entra en un estado de disfrute y concentración total.
Antes me costaba enfocarme, pero entender esta teoría me dio una clave poderosa: cuando el reto es justo y las habilidades se sienten alineadas, el aprendizaje deja de ser una carga y se convierte en pasión. Mi objetivo ahora es diseñar más momentos así en mi día a día, tanto en lo personal como en lo profesional.
Gracias por introducir este concepto tan transformador.
Sumado a lo ya mencionado, esta actividad me permitió nutrirme de las experiencias de mis compañeros, quienes dejan aprendizajes muy valiosos. Estar en operación es un mundo distinto: es enfrentarse a la vida real, donde se pone a prueba todo lo que sabes… o incluso lo que aún no sabes.
En muchos casos, los retos implican aprender nuevos lenguajes de programación en tiempo récord, mientras un proyecto avanza y el tiempo se agota. Es allí donde aparecen dudas, inseguridades y ese miedo a no sentirse competente, a tal punto de no levantar la mano por temor… y sentirse solo.
Uno de mis compañeros compartió su experiencia, donde se comparaba con los demás y su aparente facilidad para avanzar. Y sí, creo que eso es algo que puede pasarnos a todos. Por eso valoro profundamente su reflexión: levantar la mano también es parte del aprendizaje. Es un acto de humildad y de conciencia.
También rescato la idea de dividir el problema en fragmentos más pequeños, hacerlos digeribles, solucionables. Pero, sobre todo, me quedo con este recordatorio esencial: conocerse a uno mismo y mantener siempre presente el propósito. Esa es la aguja que apunta hacia nuestro destino, que nos recuerda por qué comenzamos este camino.
