Para mí, uno de los primeros pasos fue reflexionar sobre lo que sé y lo que no sé. Al ponerme a pensar en mis habilidades, me di cuenta de que tengo varias áreas en las que aún puedo mejorar. Por ejemplo, en mi campo de la programación y la ciberseguridad, siempre hay nuevas tecnologías que aprender, pero también hay cosas básicas que podría profundizar más.
El siguiente paso fue pensar en el propósito detrás de lo que quiero aprender. Por ejemplo, cuando pienso en mejorar mis habilidades, no solo lo hago por mantenerme actualizado, sino porque quiero ser más eficiente en lo que hago, ya sea desarrollando software o asegurando sistemas. La motivación detrás de esto es clave, porque si no entiendo por qué quiero aprender algo, no tendré la disciplina para hacerlo de forma constante.
Respecto a la priorización, este es un reto que siempre enfrento, especialmente cuando hay tantas cosas nuevas para aprender. A veces me siento abrumado, pero trato de enfocarme en lo que realmente me va a ayudar a avanzar a corto y largo plazo. Esto implica elegir las herramientas y habilidades que son más relevantes para mis proyectos actuales.
Finalmente, al pensar en el Ikigai, trato de identificar lo que realmente me apasiona y cómo puedo aplicar eso en mi vida profesional. Me gusta mucho la idea de combinar lo que amo hacer (como la escritura y la tecnología), lo que soy bueno haciendo (desarrollar software), lo que el mundo necesita (soluciones tecnológicas que resuelvan problemas reales) y lo que puedo ofrecer como valor (ser un experto en lo que hago). Para mí, encontrar ese equilibrio es clave, y me ayuda a tener claro qué quiero aprender a medida que avanzo.