Hace cinco años, una habilidad esencial para los docentes en cuanto a mi especialidad Lengua y Literatura era la capacidad de leer, retener información y manejar herramientas básicas como Microsoft Word para preparar materiales escritos. Estas competencias eran suficientes para enfrentar los desafíos del aula en aquel contexto. Hoy, el escenario educativo ha cambiado significativamente. Las exigencias actuales van más allá de la especialidad. Es indispensable el dominio de herramientas tecnológicas como Excel para gestionar evaluaciones de forma más dinámica, así como el uso de plataformas basadas en inteligencia artificial para diseñar clases interactivas que capten la atención de los estudiantes y se adapten a sus ritmos de aprendizaje.
El cambio más significativo en el mercado laboral docente es la integración de la tecnología no solo como apoyo, sino como instrumento esencial para optimizar la organización del tiempo en cuanto a la planificación pedagógica y a la vez el acompañamiento emocional de los estudiantes. Ser docente ya no significa únicamente transmitir conocimientos, sino también construir vínculos y comprender la realidad individual de cada alumno.
Por ello, los nuevos puntos de estudio deben centrarse en el desarrollo de competencias digitales aplicadas a la educación, la educación emocional, la neuroeducación y la inclusión. Estas áreas nos permiten formar docentes preparados para un mundo en constante transformación, capaces de generar aprendizajes significativos y formar personas íntegras.