Hace 5 años, una habilidad muy valorada era saber manejar herramientas específicas de forma casi artesanal: dominar Excel a fondo, diseñar en Photoshop con precisión quirúrgica o saber programar desde cero para cualquier mínima solución.
Hoy, muchas de esas habilidades técnicas siguen siendo útiles, pero ya no son tan determinantes. La razón: la tecnología ha democratizado el acceso. Herramientas con automatización, interfaces intuitivas o incluso inteligencia artificial ya hacen mucho del trabajo pesado que antes requería horas de experiencia.
Lo que ha ganado protagonismo es la capacidad de pensar estratégicamente: saber qué hacer, por qué hacerlo y cómo usar las herramientas (sean técnicas o no) para lograrlo. La toma de decisiones, el criterio, la adaptabilidad y la comunicación clara se han vuelto más importantes que dominar una plataforma específica.
Ahora, más que saberlo todo, se trata de saber aprender, integrar y colaborar.