Siempre escuché eso de que “en 21 días puedes crear un nuevo hábito” y la verdad es que me lo creí durante mucho tiempo. Suena bien, es un número corto, manejable, casi mágico. Pero cuando empecé a trabajar en cambiar algunas cosas en mi vida —como estudiar de forma constante o hacer ejercicio— me di cuenta de que no era tan simple como contar tres semanas y ya. A veces me tomaba más tiempo, a veces me costaba volver a empezar.
Creo que nos gustan los números mágicos porque nos dan esperanza. Pensamos: “solo tengo que aguantar 21 días y todo cambiará”, pero la realidad es más humana y más flexible. Cada persona necesita su propio ritmo. Algunos hábitos nacen rápido, otros tardan, y lo más importante no es el número, sino la constancia, la paciencia y el por qué estás haciendo el cambio.
En mi caso, he aprendido que formar un hábito es como sembrar una semilla: no se trata de contar los días, sino de regarla con intención cada día, sin rendirse si no florece al tiempo que esperabas.
