Recuerdo una etapa de mi vida en la que estudiaba en la universidad por la noche y trabajaba de 7:00 a.m. a 5:00 p.m. durante el día. Era una rutina exigente que dejaba muy poco tiempo libre para estudiar con calma. En ese contexto, desarrollé un hábito que marcó una gran diferencia: escuchar audiolibros en el transporte público.
Aprovechaba los trayectos diarios para descargar y escuchar libros relacionados con los temas que estaba viendo en clase. Esto me permitió reforzar el aprendizaje de forma práctica, especialmente en las horas pico, donde no podía leer ni tomar apuntes por las condiciones del transporte. Los auriculares se convirtieron en mi mejor herramienta de estudio.
Este hábito no solo me ayudó a comprender mejor los contenidos académicos, sino que también transformó un tiempo que antes consideraba perdido en un espacio productivo y valioso. Fue una estrategia sencilla, pero con un impacto enorme en mi formación y en mi capacidad de organización personal.
Hoy valoro mucho más el poder de los pequeños hábitos, porque entiendo que, cuando se aplican con constancia e intención, pueden generar beneficios en distintas áreas de nuestra vida.