La pirámide de Glasser me dejó claro que los niños —y también los adultos— aprenden mucho más cuando se involucran activamente. No basta con leer o escuchar; lo que realmente queda es lo que se hace, se practica y se enseña. Desde pequeños, nuestros sentidos y acciones nos ayudan a construir el conocimiento, y enseñar lo aprendido es quizás la forma más poderosa de retenerlo. Aprendí que si quiero que algo se me quede de verdad, tengo que ponerlo en práctica y compartirlo con otros.