En esencia, plantea que las personas aprenden más y mejor cuando se retan, se motivan y actúan por su propia elección. La clave está en que el alumno encuentre utilidad en lo aprendido y nos propone al siguiente pirámide para explicar cómo aprendemos los adultos:
10 % – de lo que leemos (solo leer). Esto derriba de un tajo la teoría, muy popular entre los emprendedores, de que si lees determinados libros alcanzarás el éxito.
20 % – de lo que oímos (solo escuchar). Es un aprendizaje escaso, entre otras razones, porque los seres humanos no solemos prestar la atención debido a lo que nos dicen otros.
30 % – de lo que vemos (ver y mirar). El ejemplo claro está en YouTube: los videos te sirven para ciertas tareas, pero también hay otras más complejas que requieren otro camino.
50 % – de lo que vemos y oímos. Digamos que este es el método convencional, del que ya sabemos tiene manifiestas limitaciones que provocan que el proceso se estanque.
70 % – de lo que debatimos con otros (hablar, preguntar, repetir, nombrar, relatar, escribir, enumerar, reproducir, recordar, reaccionar, definir). La interacción enriquece el aprendizaje.
80 % – de lo que hacemos (escribir, interpretar, describir, expresar, revisar, identificar, comunicar, aplicar, utilizar, demostrar, planear, crear, organizar, participar). Es, simplemente, una ley de la vida: aun sin conocimiento, si hacemos una y otra vez vamos a aprender.
95 % – de lo que enseñamos a otros (explicar, dar ejemplos, presentar, entrenar, acompañar, ilustrar, crear documentos, diseñar cursos). El maestro (mentor o guía) no solo da, sino que también recibe. Y, quizás no lo sepas, recibe más, mucho más, de lo que da. ¡Maravilloso!