Hace algún tiempo, me enfrenté a un desafío significativo durante un curso de programación. Para mí, eran demasiados conceptos complejos de algoritmos y estructuras de datos, y la presión de las fechas límite generaba una constante ansiedad. Lo que me mantuvo atrapado en la zona de estrés fue mi propio perfeccionismo. Sentía la necesidad de hacer todos los ejercicios perfectamente en todo momento y temía admitir mi dificultad, pensando que sería percibida como débil.
Finalmente, me di cuenta de que mi actitud estaba limitándome más que ayudándome. Decidí dar un paso al frente, buscar la ayuda que necesitaba y admitir mis desafíos. Me uní a grupos de estudio, participé en sesiones de tutoría y acepté que cometer errores era parte del proceso de aprendizaje. Al liberarme de la presión autoimpuesta, empecé a comprender mejor los conceptos y mi ansiedad disminuyó.
Esta experiencia me enseñó la importancia de la humildad, la colaboración y la aceptación de uno mismo en el proceso de aprendizaje. Aprendí que pedir ayuda no es señal de debilidad, sino de valentía y disposición para mejorar. Superar esa situación no solo me permitió dominar el contenido del curso, sino que también me brindó lecciones valiosas que aplico en mi enfoque hacia los desafíos académicos y personales