Era un día cualquiera en la oficina, un día donde el código fluía y todo parecía estar bajo control. Tenía que desarrollar una funcionalidad en JavaScript que tomaba datos de un formulario, los validaba y los enviaba al servidor mediante una llamada Ajax. Nada del otro mundo, o eso pensaba.
Escribí mi código con cuidado, asegurándome de seguir las buenas prácticas. Declaré mis variables, creé las funciones necesarias y estructuré la llamada Ajax. Todo estaba listo para la gran prueba. Abrí la consola del navegador, ejecuté el código y… ¡nada!
No se mostraba ningún resultado, ni un error en la consola, ni una pista de qué estaba fallando. Mi frustración comenzó a aumentar. Revisé las rutas, los datos del formulario, incluso probé el endpoint en Postman para asegurarme de que funcionaba correctamente. Todo estaba bien fuera de mi código.
Volví al archivo JavaScript y comencé a analizar línea por línea. Tal vez era un error en la lógica. Probé con mensajes console.log
en cada paso del proceso, pero parecía que el código se detenía misteriosamente antes de llegar al Ajax.
Una hora después ya estaba desesperado. Cerré los ojos, respiré hondo y decidí hacer lo que nunca queremos hacer: leer cada línea como si fuera un detective buscando una pista oculta.
Y ahí estaba. En una de las funciones había olvidado algo tan básico, tan insignificante, que dolía admitirlo.
¡No había puesto un punto y coma!
Ese pequeño detalle rompía la interpretación del código porque JavaScript esperaba algo que no llegaba. Al agregar el punto y coma que faltaba, todo funcionó como por arte de magia.
A veces, un punto y coma puede ser la línea que separa el caos de la tranquilidad en la vida de un programador.
Saludos y recuerden lo importante que es revisar hasta el último detalle de nuestro código.