El Modelo Kirkpatrick nos invita a pensar más allá de la simple adquisición de conocimientos. Evaluar un curso o experiencia de aprendizaje no se trata solo de si nos "gustó" o si "aprendimos algo nuevo", sino de qué tanto ese aprendizaje transforma nuestro comportamiento y genera impacto real.
Sus cuatro niveles —Reacción, Aprendizaje, Comportamiento e Impacto— funcionan como una guía para medir la efectividad de cualquier formación, desde una clase universitaria hasta una capacitación profesional.
Lo que más valoro de este modelo es que nos obliga a cerrar el ciclo del aprendizaje: no basta con entender un concepto, hay que llevarlo a la práctica y, más aún, demostrar que mejora resultados concretos en nuestro entorno. En un mundo donde el tiempo y los recursos son limitados, aprender con propósito y medir ese aprendizaje se vuelve indispensable.
Como estudiante y futuro profesional, aplicar esta mirada crítica me ayuda a elegir mejor mis procesos de formación, y también a reflexionar sobre cómo puedo generar valor real con lo que aprendo.