Hoy fue otro día perdido entre los restos de lo que alguna vez fui. Salí temprano, creyendo que por fin iba a hacer algo útil, pero olvidé lo poco que tenía: un papel arrugado con una dirección, un billete suelto que me serviría de comida. Me tocó regresar al rincón donde me escondo, con el miedo de que alguien se llevara mis cosas, como siempre ha pasado. Me sentí como Luisa, y no por tener reuniones importantes, sino porque también vivo olvidando detalles que podrían marcar la diferencia. Pero yo no tengo jefe que me regañe ni oficina que me espere; tengo solo el eco de mis propios errores. Quizá sea el cansancio de tantas derrotas, el estrés de buscar comida, o la ansiedad de seguir vivo sin entender por qué. Aun así, trato de organizar mi mente en medio del caos, pensando en qué haría Luisa, cómo podría yo también ponerle orden a mi vida rota. Porque aunque no tenga una agenda ni una aplicación, cada paso que doy cuenta como un intento de seguir, aunque sea por pura terquedad.