Antes, solía pasar horas frente a la computadora, atascado en problemas de código, con la mente nublada y la frustración creciendo. Un día, obligado por el agotamiento, salí a correr. Fue ahí donde descubrí que el ejercicio no solo cambiaba mi cuerpo, sino también mi forma de programar.
Al moverme, mi cerebro se oxigenaba, el estrés se disipaba y las soluciones que no encontraba en la pantalla llegaban solas mientras trotaba. El ejercicio se volvió un reset mental: después de 30 minutos de actividad, volvía con claridad, encontrando errores que antes no veía o ideando enfoques más eficientes. Además, la disciplina del entrenamiento se trasladó a mi trabajo—si podía ser constante con el ejercicio, también podía serlo con mis entregas, organizando mejor mi tiempo y evitando procrastinar.
Hoy, no espero a estar bloqueado: hago ejercicio para no bloquearme. Mi código no solo llega a tiempo, sino con mejor calidad, porque mi mente está más despierta. La lección fue clara: a veces, la mejor forma de resolver un problema de software es alejarse del teclado y mover el cuerpo.