En el transcurso del curso reflexione sobre algo que está presente en nuestra vida todos los días: cómo aprendemos, cómo cambiamos, y cómo el mundo que nos rodea cambia con nosotros. Empezamos hablando sobre la transformación digital. Nunca antes habíamos tenido tanta información al alcance de un clic. Sin embargo, eso también trae un reto: ya no se trata solo de tener acceso a datos, sino de saber qué aprender, cómo aprenderlo y cómo aplicarlo en un mundo que no para de transformarse.
En este nuevo contexto, las carreras ya no son lineales como lo eran antes. Nuestros padres, por ejemplo, tal vez estudiaban una profesión y trabajaban en ella toda su vida. Hoy, en cambio, es común que una persona pase por distintos roles, aprenda nuevas habilidades y combine varios intereses a lo largo del tiempo. Podemos estudiar Ingeniería Informática, enseñar a otros, participar en proyectos sociales, y más adelante emprender o explorar áreas distintas. Eso no solo es posible, es parte de la realidad actual.
Por eso hablamos del "Lifelong Learning", el aprendizaje para toda la vida. Aprender ya no es algo que se limita a la etapa escolar o universitaria. En un mundo tan cambiante, la formación continua es esencial. Por ejemplo, saber usar Word y Excel ya no es suficiente. Ahora se valora que sepamos programar, resolver problemas, trabajar en equipo, usar nuevas herramientas digitales o incluso manejar conceptos de inteligencia artificial.
También nos detuvimos a pensar en qué nos motiva a aprender. A veces lo hacemos por necesidad, como cuando buscamos un trabajo. Otras veces, lo hacemos por curiosidad, por deseo de superarnos o simplemente porque algo nos apasiona. Cada persona tiene su propia chispa, esa razón interna que la impulsa a seguir creciendo.
Ahí apareció el concepto de Ikigai, una palabra japonesa que significa “la razón de ser”. Es ese punto donde se cruzan cuatro cosas: lo que amas, lo que sabes hacer bien, lo que el mundo necesita y por lo que te pueden pagar. Cuando esas cuatro cosas se alinean, no solo trabajas: encuentras propósito. Por ejemplo, si te encanta ayudar a los demás, eres bueno enseñando, el mundo necesita educación accesible, y además puedes ganar dinero enseñando matemáticas o física, entonces estás cerca de tu Ikigai. Es una herramienta poderosa para pensar hacia dónde queremos dirigir nuestra energía y nuestro tiempo.
También aprendimos que cada persona tiene su propio estilo de aprendizaje. No todos aprendemos igual, y eso está bien. Aquí conocimos la teoría de Kolb, que describe cuatro estilos principales. Están los acomodadores, que entienden mejor cuando hacen las cosas, como alguien que solo aprende a cocinar cuando se mete a la cocina. Están los divergentes, que aprenden probando y luego reflexionando, como quien arma algo con las manos y luego analiza por qué falló. Los convergentes aprenden practicando una y otra vez, como cuando uno aprende a montar bicicleta cayéndose y volviéndolo a intentar. Y los asimiladores prefieren leer, escuchar y pensar antes de aplicar, como quien prefiere leer tres libros antes de intentar meditar.
Lo más valioso de todo esto es entender que no hay una sola forma de aprender. Conocer nuestro estilo nos permite encontrar mejores formas de estudiar, de trabajar, y de crecer. Aprender no es una meta, es un camino. Y en ese camino, tener claridad sobre quiénes somos, cómo aprendemos y qué queremos aportar al mundo, puede marcar toda la diferencia.