Hoy aprendí que una de las diferencias más importantes —la tercera más relevante— entre Agile y Waterfall es cómo se manejan las evaluaciones y críticas de los resultados. En Agile, la retroalimentación (sea positiva o negativa) no solo es bienvenida, sino que se considera una parte esencial del proceso porque ayuda al crecimiento tanto del equipo como de la empresa.
Además, repasamos cómo funciona la metodología en general. Primero, es fundamental priorizar las tareas, para tener claro qué es lo más importante y por dónde empezar. Después de tener esas prioridades claras, se define un plan o flujo de trabajo, dividiendo el proyecto en etapas más pequeñas que sean manejables y aporten valor desde el principio.
Una vez que se completa una de esas etapas, es clave recibir retroalimentación del cliente. Esa opinión directa nos permite ajustar el rumbo si hace falta. Gracias a esa entrada, se pueden hacer cambios en el flujo, modificar tareas, o incluso eliminar aquellas que ya no tienen sentido, ahorrando tiempo y recursos.
En resumen, aprendí que Agile no solo es flexible, sino que está pensado para mejorar constantemente a través del aprendizaje y la adaptación continua.