En esta aula reflexionamos sobre el proceso de aprendizaje personal y profesional, partiendo de la idea de que todos tenemos una zona de confort: ese lugar mental donde nos sentimos seguros, cómodos y sin demasiados desafíos. Aunque puede parecer tentador quedarnos ahí, es en la zona de aprendizaje donde realmente crecemos. Salir de lo conocido nos permite adquirir nuevas habilidades, probar cosas diferentes y descubrir nuestro potencial.
Pero cuidado, salir de la zona de confort no significa lanzarnos directamente a la zona de estrés, donde el desafío es tan grande que nos sentimos abrumados. El aprendizaje ocurre mejor cuando hay un equilibrio: nos retamos, sí, pero sin llegar a perder la motivación o la claridad.
Un concepto clave fue el estado de Flow, propuesto por el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi. El Flow es ese momento mágico en el que estamos tan concentrados y comprometidos con lo que hacemos, que perdemos la noción del tiempo. Sucede, por ejemplo, cuando estás tan metido en resolver un problema, escribir, programar o crear algo, que ni te das cuenta de que ya pasaron horas. Para llegar a ese estado, necesitamos encontrar tareas que estén entre nuestras habilidades y nuestros desafíos, ni muy fáciles ni demasiado difíciles.
También vimos que más importante que la velocidad con la que avanzamos es tener una dirección clara. No se trata de correr sin rumbo, sino de saber hacia dónde vamos, aunque vayamos paso a paso. Aquí entran los hábitos: pequeñas acciones repetidas cada día que, con el tiempo, construyen grandes resultados. Formar hábitos positivos (como estudiar todos los días un poco, descansar bien o planificar) es clave para mantenernos constantes.
Por último, hablamos de los distractores, tanto externos (como notificaciones del celular, redes sociales, ruidos) como internos (preocupaciones, inseguridad, falta de claridad). Aprender a identificarlos y gestionarlos nos ayuda a proteger nuestro tiempo y energía para enfocarnos en lo que realmente importa.