La teoría de Glasser nos muestra que los niños aprenden de manera activa a través de los diferentes sentidos, y lo que más influye en su aprendizaje es lo que experimentan y comparten. Según la pirámide de Glasser, la base, que tiene un mayor impacto en el aprendizaje, es lo que los niños hacen: aprenden un 80% de lo que hacen, lo que refleja la importancia de la práctica y la acción. Los errores, los intentos y las experiencias prácticas son fundamentales para que comprendan el mundo a su alrededor.
Además, el aprendizaje se potencia cuando se combina lo que ven y lo que escuchan (50%) y cuando pueden discutir y dialogar con otros (70%). Las interacciones sociales, como explicar a otros lo que han aprendido, les permiten integrar mejor el conocimiento, alcanzando hasta un 95% de aprendizaje en este proceso. Es fundamental que los padres y educadores fomenten este tipo de interacciones para fortalecer su capacidad de enseñar y aprender.
Lo que leemos y escuchamos tiene un impacto más limitado: solo un 10% de lo que leen y un 20% de lo que escuchan se traduce en aprendizaje real. Sin embargo, estos son importantes para desarrollar otras habilidades cognitivas y emocionales. Por lo tanto, entender cómo aprenden los niños nos invita a crear entornos donde puedan experimentar, dialogar y enseñar, para fomentar un aprendizaje más profundo y duradero.