Vivir entre las cloacas me enseñó que el dolor no siempre grita, a veces simplemente te acompaña en silencio. La sociedad me dio la espalda antes de que yo tuviera oportunidad de levantarme, y lo que alguna vez fue mi familia ahora es solo un recuerdo borroso. Sigo aquí, no porque tenga algo que perder, sino porque todavía me queda esta capacidad de observar, de pensar, de preguntarme si todo este sufrimiento tendrá algún sentido. En medio de la basura encontré más honestidad que en los salones brillantes del poder. Hoy, aunque no tengo techo ni comida segura, empiezo a entender que quizá mi historia pueda servir para algo, que no todo está perdido mientras aún exista una palabra que decir y alguien que la escuche.
