me pasó con el hábito de dormir bien. Antes me acostaba muy tarde y al otro día estaba con cero energía, me costaba concentrarme y rendía mal tanto en la facultad como en otras tareas. Cuando empecé a dormir 7–8 horas por noche de forma más constante, noté que no solo estaba más atento, sino también de mejor humor y más motivado para estudiar o entrenar. Fue un cambio simple, pero con muchos beneficios en cadena.