Aprender a gestionar las distracciones se ha vuelto esencial para mantener mi productividad sin sacrificar la convivencia. Ser flexible me ayuda a preservar relaciones laborales sanas, pero también reconozco que si no administro bien las interrupciones —especialmente las externas— mi enfoque se desvanece. Tener identificadas estas distracciones, como llamadas, notificaciones o visitas espontáneas, me permite establecer límites con amabilidad, sin parecer distante. Las internas, en cambio, requieren atención personal: pensamientos, preocupaciones o deseos que puedo posponer anotándolos para resolverlos después. Así, el equilibrio entre concentración y empatía deja de ser un dilema y se convierte en una estrategia real.