Personalmente, creo que la programación se ha convertido en una herramienta esencial en el perfil de cualquier profesional moderno. Ya no es una habilidad reservada a los ingenieros de software; hoy, entender cómo funciona el código te da una ventaja para comunicarte con máquinas, automatizar tareas y adaptar soluciones a los desafíos de tu sector. En un mundo cada vez más mediado por datos e inteligencia artificial, no saber programar es casi como no saber usar el correo electrónico hace una década.
También pienso que la programación transforma la forma en que pensamos. Te obliga a estructurar ideas, analizar problemas con lógica, y encontrar soluciones eficientes. Incluso si no la usas a diario, los principios detrás de ella fortalecen la toma de decisiones en cualquier área: desde cómo presentar un informe hasta cómo mejorar un proceso en tu trabajo. Y esa mentalidad, en mi opinión, es más poderosa que el lenguaje mismo.
Y finalmente, estoy convencido de que aprender a programar hoy es una inversión directa en tu futuro. Las empresas buscan perfiles versátiles, capaces de entender tanto el “qué” como el “cómo” de una solución. Y cuando sabes programar, puedes pasar de ser un ejecutor a ser un diseñador de ideas. En mi opinión, esa capacidad de crear, de imaginar sistemas y de convertir problemas en posibilidades, convierte a la programación en mucho más que una habilidad técnica: es una forma de empoderamiento profesional.