La situación vivida:
Durante un semestre en la universidad, se asignó un proyecto importante que debía entregarse al final del curso. Sin embargo, debido a la falta de planificación, dejé todo el trabajo para los últimos días antes de la entrega. Esto me llevó a trabajar largas horas bajo presión, sintiéndome abrumado por el tiempo limitado para investigar, desarrollar y finalizar el proyecto. A pesar de lograr entregarlo, la experiencia fue extremadamente estresante, y el resultado no cumplió con mi potencial debido a la prisa. Qué aprendí de esta experiencia:
El estrés y la presión no son aliados para la creatividad ni para un trabajo de calidad. Las consecuencias de no organizarme afectaron mi rendimiento y mi bienestar.
Tres actitudes diferentes para la próxima vez:
- Planificación anticipada: Dividir el proyecto en etapas claras desde el inicio, estableciendo objetivos semanales o diarios. Por ejemplo, dedicar las primeras semanas a la investigación, luego a los borradores y finalizar con los ajustes.
- Progreso constante: Avanzar diariamente, incluso si es poco, asegurándome de no dejar todo para el final. Tener un hábito de trabajo diario puede marcar la diferencia.
- Autodisciplina y priorización: Evitar distracciones como redes sociales o actividades no esenciales durante el tiempo dedicado al proyecto. Crear un entorno de trabajo productivo ayuda a mantener el enfoque.