Durante mi proyecto de grado como estudiante de Ingeniería Civil, viví una de las etapas más retadoras de mi formación. Aunque era un trabajo en equipo, muchas veces sentí que todo el peso recaía sobre mí. Esa sensación de cargar con la mayor parte de la responsabilidad me llevó a experimentar altos niveles de estrés.
Hubo días en los que no dormía bien, me trasnochaba tratando de avanzar, y aun así sentía que el tiempo no me alcanzaba. Me exigía demasiado, y cuando algo no salía como esperaba, entraba en colapso. Estaba atrapada en una zona de estrés constante, donde era difícil concentrarme o disfrutar del proceso.
¿Qué me hacía sentir atrapada?
• La presión de cumplir con todo a la perfección.
• La sensación de estar sola, aunque estuviera trabajando con alguien más.
• La falta de pausas reales para respirar y organizarme.
Hoy, al mirar atrás, sé que hay actitudes diferentes que puedo adoptar para no volver a caer en ese ciclo:
• Confiar más en el trabajo en equipo y comunicar lo que me abruma.
• Poner límites a la autoexigencia y ser más amable conmigo misma.
• Organizar mejor mi tiempo, incluyendo momentos de descanso que me ayuden a recuperar energía mental.